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Muertas en vida, deben resistir hasta encontrarlos.

Cinco madres de la Huasteca Potosina que esperan volver a ver a sus hijos.

 

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Ciudad Valles, SLP. María Engracia a veces no sabe qué día está viviendo. A veces despierta en las noches, pero solo para seguir sufriendo, para darse cuenta que continúa su pesadilla. Serán ya diez años de sufrir la ausencia de su hijo.

Óscar Omar Santos Solís tenía 22 años cuando, el 21 de julio del 2010, varios sujetos armados se lo llevaron a él y otros compañeros con los que trabajaba en el Bar La Mariposa, cerca de la zona conocida como la curva del Ingenio, en Ciudad Valles.

En el lugar, además, dos clientes y uno de sus compañeros meseros murieron asesinados.

Fue el año en el que inició la pesadilla para muchas familias de la Huasteca. Se le atribuyen a la delincuencia organizada muchas desapariciones y homicidios. Óscar Omar, dice su familia, no le hacía daño a nadie, y solo buscaba superarse. Debido a la situación económica de la familia ya no quiso estudiar y se metió a trabajar desde más joven.

 

“Iba para tres meses trabajando ahí… me avisaron, me dijeron que habían llegado unos hombres que se los llevaron a él y a otros compañeros, a unos los mataron ahí. Esperábamos una llamada donde nos pidieran rescate, donde nos dijeran algo pero nada, nunca hubo nada”.

 

Desde entonces inició el calvario y no sabe cómo, pero ya será una década de martirio.

“No tenemos ningún avance, no sabemos nada, desaparecieron varias personas en ese mismo hecho y aquí estamos sufriendo, es lo único que le queda a uno, el dolor, las autoridades no hacen nada, es una frustración, no me han cumplido como autoridad, varias veces los he demandado porque no hacen nada, y sigo buscando a mi hijo, esperándolo, lo espero vivo, no lo espero muerto”.

 

Luego de unos años de hacer lo que estaba a su alcance y de vivir esas frustraciones, conoció el colectivo Voz y Dignidad, donde ha sentido el respaldo, el apoyo y el consuelo al unir esfuerzos junto a otras familias que viven lo mismo.

 

El pasado 15 de abril Óscar cumplió 32 años de edad.

 

“Lo sigo buscando, lo sigo esperando, y lo haré hasta el último día de mi vida”.

 

 

Ma. Santos espera también el regreso de su hijo Marco Antonio Vázquez Hernández, de quien no sabe nada desde el 11 de agosto de 2012, cuando él tenía 21 años. Recuerda la última vez que lo vio y así lo espera volver a casa.

 

“Fue el 11 de agosto de 2012 en la colonia La Pimienta. Había una quinceañera cerca de mi casa, a dos o tres cuadras, yo y mi hija mayor íbamos saliendo a un mandado y él llegó de su trabajo, le digo que no saliera, nos fuimos y al regresar ya no estaba”.

 

Ella y su hija traían consigo a uno de los hijos de Marco, así que más tarde le marcaron a su teléfono.

“Mi hija le llamó diciéndole que su hijo tenía hambre, era sábado y le dijo que lo llevara a cenar tacos, y él le contesta llévalo tú y más tarde te doy cien pesos. Entonces fuimos, regresamos, y ya como a las 9 le vuelve a marcar, le dice estoy en la fiesta, pues en esa fiesta su amigo era el chambelán, solamente le dije, hijo ya vente, no te vayas a meter en problemas”.

 

Jamás se imaginó que era la última vez que lo escucharían.

Más tarde le marcaron y entraba a buzón, y al siguiente día al amanecer igual. Fue hasta alrededor de las 2 ó 3 de la tarde que se mortificó y decidió salir a buscarlo.

 

“Fui a dejar a su niño a la Solidaridad con su mamá, no le dije nada y empecé a buscarlo, me vine a la Policía Municipal, a la Estatal, al Ministerio Público, al hospital, al Seguro, la Cruz Roja pero me dijeron que fuera el lunes a denunciar, que llevara ya fotos y papelería y así lo hice, el 13 de agosto puse la denuncia”.

 

Además del sufrimiento por la ausencia de su hijo, tuvo que aguantar la indolencia de las autoridades, porque no veía que realizaran las investigaciones.

 

“La carpeta se quedó como un año perdida, iba y preguntaba, me decían la investigación la trae un ministerial, después que la traía otro y así estuve un tiempo sin escuchar, sin ver algo que me diera una esperanza”.

 

Ya son ocho años de no saber de él. Los amigos nunca dijeron algo, nadie lo vio, unos le dijeron que se había ido al billar, otros que nunca estuvo en la fiesta.

 

“Jamás dejaré de buscarlo, siempre está presente en mi oración día y noche… tenemos una silla vacía pero sigo esperando que llegue”.

Los hijos de Marco ahora son adolescentes y han visto a su abuela cabizbaja, distraída o llorando, y también sueñan con verlo de regreso.  

 

La señora Dorotea también sabe lo que es vivir el sufrimiento diario. El 17 de marzo se cumplieron diez años de no tener cerca al más chico de sus hijos.

Era uno de los dos choferes del autobús Pirasol desaparecido junto a sus 29 tripulantes en Tamaulipas.

 

Rafael Rodríguez García tenía entonces 30 años de edad. Salió alrededor de la 1 de la tarde de su casa en el fraccionamiento El Carmen 2. Se fue por el autobús a la empresa y se trasladó hasta Xilitla, donde recogió a los primeros pasajeros que provenían de ese municipio y de otros de Querétaro e Hidalgo. Su destino era Miguel Alemán, de donde cruzarían después a la búsqueda del sueño americano.

 

La última vez que tuvieron contacto con ellos, fue cuando llamaron asegurando que unos policías vestidos de negro los pararon, a la altura de Valadeces, en el municipio de Gustavo Díaz Ordaz.

 

Rafael era uno de los dos conductores de la unidad. Tenía seis meses trabajando en esa empresa de renta de autobuses y antes había estado en líneas comerciales de pasajeros, pero a petición de sus hijas – irónicamente-, para que estuviera más tiempo con ellas, consiguió empleo en Pirasol.

 

Doña Dorotea ya es de la tercera edad y su salud ya no es tan buena. Ángeles, hermana de Rafael dice que no sabe de dónde sacan fuerzas para no decaer.

 

“Mis sobrinas se quedaron cambiadas esperándolo para ir al desfile de la Feria. Pasaron las horas y decíamos, a lo mejor se descompuso el autobús, a lo mejor sigue detenido por alguna infracción, a lo mejor aún no lo dejan venir”. Pero así pasaron los días, los meses, y jamás esperaron que pasarían diez años, una década de lágrimas, de dolor.

 

En el domicilio de la colonia Doracely, la fotografía de Rafael al lado de una imagen de la Virgen de Guadalupe, les recuerda cada vez ese dolor.

 

La historia de Graciela Pérez Rodríguez ya es mundialmente conocida. En el 2017 recibió el premio internacional Tulipán por su defensa a los derechos humanos, entregado por el gobierno de Holanda.

Es una mamá soltera, profesionista, madre de Milynali Piña Pérez, quien a los 13 años desapareció el 14 de agosto de 2012 en Tamaulipas, cuando regresaba a Tamuin junto a sus primos y tío de un viaje de fin de semana en Texas.

Desde entonces no se sabe nada de ella ni de José Arturo Domínguez Pérez de 20 años, Alexis Domínguez Pérez de 16, Aldo de Jesús Pérez Salazar de 20 e Ignacio Pérez Rodríguez, de 53 años. Viajaban en una camioneta GMC Sierra color arena, modelo 2008 con placas de San Luis Potosí.

 

Minutos después de las seis de la tarde de ese martes tuvieron la última comunicación vía telefónica con ellos. Les dijeron que estaban cerca de Ciudad Mante en una gasolinera, y ya jamás supieron de ellos.

 

Desde entonces, Graciela no ha descansado un solo día en la búsqueda de su hija. Se volvió buscadora profesional. Ha estado en otros países documentándose y aprendiendo de expertos en el tema de desaparecidos. Ha estado frente a funcionarios, militares, y hasta delincuentes.

 

La primera vez que entré a su casa, en Tamuin, sentí respirar el dolor. La habitación de Mily estaba intacta desde que se fue, y Graciela no contuvo las lágrimas al platicarme de su única hija. Sacó decenas de fotografías desde que nació, y hasta días antes de dejarla de ver. Le gustaba jugar a las comiditas, y de grande quería ser chef.

 

Unos días antes de cumplirse los dos años de la desaparición, una agente del Ministerio Público en Ciudad Mante le mostró una fotografía donde, en una casa abandonada, encontraron el dibujo a gis de la Virgen de Guadalupe. «Mi niña es devota de ella, le gustaba mucho dibujar y lo primero que pensé fue en ella porque tenía escrita la palabra mami».

Una pared de la pequeña habitación en Tamuin aún tiene plasmados sus dibujos y frases.

 

Ahora Graciela es miembro fundador de Milynali Red y de Ciencia Forense Ciudadana, una organización mexicana de familias que desde 2015 lleva un registro de desapariciones y recoge muestras de ADN para facilitar la búsqueda de sus seres queridos.

 

“¿Cómo se sobrelleva?, haciendo algo, haciendo visible que no los hemos encontrado, porque a pesar de que hay más de 60 mil desaparecidos en este país, la sociedad todavía es indiferente a este dolor, pareciera que no les va a pasar nunca, hay miles de familias que siguen sin decir nada, sin denunciar, miles de familias con miedo. Aunque pareciera que no estamos haciendo nada, como dijo mi madre, hemos hecho tantas cosas pero no se notan porque ellos no están en casa. Ya prácticamente nos dedicamos a visibilizar, a que nadie los olvide porque ellos nos dieron vida, son nuestra familia y no queremos que se olviden.

Y si no los buscamos nosotros, ¿Quién?”.

 

El temor de Graciela es morir sin haberla encontrado.

“Mily es mi amor, es mi vida, yo si muero antes de encontrarla espero que alguien que mire este video, estas imágenes, que se solidarice y siga esta búsqueda, porque sí habemos muchas familias que ya no podemos más, que sentimos que ya no estamos aguantando y que desearíamos que hubiera un grupo que de verdad saliera a buscarlos y nosotros quedarnos en paz”.

 

Duele el alma, se enferma el cuerpo.

“Sí estamos enfermas, estamos locas, estamos enloqueciendo, sin embargo cuando hay que llorar lloramos, cuando hay que pelear peleamos, cuando hay que gritar gritamos. El trabajo que hacemos los colectivos de algo tiene que servir”.

 

¿Quién era Graciela Pérez antes del 14 de agosto del 2012?

 

“Tenía una vida, proyectos, toda la felicidad del mundo, tenía a mi hija… nunca me lo imaginé, yo no quería viajar al extranjero, yo quería que ella viajara al extranjero porque quería ser chef, le decía que no estudiara, que se fuera a un país diferente cada vez a aprender la gastronomía y yo atrás de ella, claro, pero no fue posible…”.

 

Milynali tiene 20 años, pasó sus 15 años fuera de casa, cumplió su mayoría de edad fuera de casa.

 

“Ni siquiera un novio le conocí, no tuvo su graduación de la prepa, de la secu, ahorita estaría por graduarse de la universidad. Hoy lo único que espero es tener fuerzas y que no me gane la muerte”.

 

Perder un hijo es doloroso. ¿Perder dos qué es?

Edith Pérez Rodríguez, hermana de Graciela, perdió en el mismo hecho a sus dos únicos hijos varones: Alexis Domínguez Pérez de 16 años, y José Arturo Domínguez Pérez de 20.

El andar ha sido similar, y el resultado también. Sus hijos no están con ella, y no hay palabras, ni abrazos, ni boletines institucionales que puedan mitigar su dolor. En diciembre pasado, como una de las fundadoras de la asociación Voz y Dignidad por los Nuestros, recibió el Premio Estatal de Derechos Humanos en San Luis Potosí pero, igual que su hermana, dice que son premios o reconocimientos que no deberían existir, simplemente porque no debería haber personas desaparecidas.

 

«…Sus camas se encuentran esperándolos, Rufus siempre guardián y tus espuelas mi Titititos, años que no quiero que cuenten y que quisiera borrar de la historia de nuestras vidas… El tiempo ha transcurrido con tanto dolor, impotencia, rabia, llanto que no cesa, es tan difícil describir lo que se siente que No estén en casa, ni en ningún otro lugar… muertos en vida hemos tomado fuerzas de donde sea para sobrevivir y no acabar muriendo sin saber dónde están, mi mayor miedo es No poderlos rescatar de donde están. Les juro que regresarán a casa y volveremos a estar juntos como antes, Los buscamos y los encontraremos. Hasta que la vida se me acabe».

Imelda Torres Libreportaldenoticias

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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